Cansancio…

El día transcurrió parecido al anterior, vagaba como un fantasma sin rumbo fijo por toda la oficina sin saber muy bien qué hacer, sólo que esta vez, no era por estar distraída, sino porque estaba tan cansada que tenía que hacer un esfuerzo enorme por no caerse rendida al suelo en cualquier momento. Tenía mala cara, pese a que ella nunca fue morena de piel, el tono blanco nuclear que cubría uniformemente su rostro, acompañado de los dos profundos surcos violetas que habían aparecido debajo de sus ojos, delataban la noche en vela que había pasado. Tuvo que tomarse 2 cafés para dejar de dar cabezadas frente al ordenador y despejarse, y en principió funcionó, ya que los dos cafés cayeron como una bomba de energía en su estómago vacío. Pero luego empezó el efecto rebote, y la energía de la cafeína se transformó en puro agotamiento, encontrándose peor que cuando aún no se había tomado los cafés.
El camino a casa se le hizo muy largo, era una tarde de invierno en la que soplaba una leve brisa helada, que hacía cortar la respiración y que calaba hasta los huesos. Para ella esa brisa era como un gran huracán que azotaba contra su cuerpo, cuerpo que sentía más débil que nunca.
Una vez en casa, se notó destemplada pero no le dio importancia a esas décimas debido a que estaba segura de que eran causa del gran cansancio que sentía.
Se quitó la ropa, y se dispuso a ducharse, una vez dentro de la bañera, cerró los ojos y mientras, sentía como le resbalaban las gotas desde la cabeza recorriendo todo su cuerpo. La sensación de relajación que eso le produjo, provocó que casi se quedara dormida, pero sacó fuerzas de donde no tenía y terminó de ducharse, secarse el pelo y ponerse el pijama.
Por fin el momento que tantas veces había deseado a lo largo del día, notó la calidez y suavidad de sus sábanas de franela, se sintió a gusto y en paz… y cerró los ojos.

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