Al abrir los ojos…

Finalmente Paula despertó, se dio cuenta que en la vida no se puede ir persiguiendo un sueño, sino que hay que vivir el presente y disfrutar de las cosas que este te da.
Nadie se puede enamorar de un ser que no es real. Al fin y al cabo los sueños, sueños son. No es bueno obsesionarse con las cosas ya que si han de llegar, llegaran solas.
Sin embargo, su sueño se hizo realidad…
Pablo, al igual que Paula son nombres propios que vienen del latín y que ambos significan lo mismo pequeño, humilde. Juntos se hacían fuertes, más fuertes y grandes aún.
Paula se libró de la monotonía y de tantas cosas que había llegado a arrepentirse, como el hecho de haberse mudado de ciudad, le enorgullecieron, sino no le hubiera encontrado, no se hubieran encontrado…
Pablo andaba perdido, sin rumbo fijo. En cuanto la vio por primera vez hubo algo que le llamo la atención de ella, supo que eras especial y meses más tarde comprendió porqué lo era. La conoció y se enamoro perdidamente de ella, de su risa, de sus ojos, de sus labios, de su boca…
Eran almas gemelas, de esas parejas que nacen para estar juntas, de esas que solo hay una entre un millón. De esas que se quieren tanto que si uno está mal, el otro también.
Colorearon sus vidas con colores chillones y alegres y quitaron los colores grises y pasteles que antes predominaban en ellas.
Aprendieron a hablarse con la mirada, no les hacía falta palabras sabía exactamente lo que pasaba por la cabeza del otro. No se podían engañar, tampoco querían hacerlo.
Paula nunca más tubo prisa por soñar, sino todo lo contrario.

Comprendió que abrir los ojos es mucho mejor que cerrarlos.

Pablo…

Lo que tenía pensado decirle era muchas gracias, no te hubieses molestado, pero el shock fue tan grande que no le salió ni el aire.
Ahí estaba él con gesto simpático y entregándole el montón de hojas que había recogido.
¿Otra vez estaba soñando? No recordaba el momento en que se había quedado dormida, seguro que aún estaba en su despacho, frita delante del ordenador. O eso… o definitivamente había terminado de perder la cordura que tenía.
-¡Perdona, no quería asustarte!…- dijo él.- Sólo venía a gorronear un poco de tinta, que la mía tiene, pero poca y ya se sabe que en época de crisis todo vale-.
Para ser un sueño estaba gesticulando y abriendo la boca al hablar, esta vez no estaban hablando con la mirada y su voz no era la misma. Intentó contestarle pero ni si quiera le salió el más leve balbuceo.
-¿Te encuentras bien? Parece que has visto a un fantasma-.
-¡Ah! ¡Ya sé! Debe ser porque no me he presentado-.
- Pues soy Pablo del departamento de arte, y si no me has visto por aquí pues es porque llevo tan solo 3 días en la empresa. Digamos que soy el nuevo fichaje. ¿Y tú eres…?
¿Pablo? ¡No! El se llamaba Morfeo, porque había cambiado ahora de nombre… Sus palabras se le atropellaban en el cerebro y no fluían como la anterior vez en su cabeza. Se pegó un pellizco en el brazo derecho para ver si estaba dormida. Y lo notó. De repente recordó la frase del último sueño que tanto le había dado que pensar… Quería decirte que queda poco para que nos volvamos a ver, para que por fin nos encontremos… ¿Con eso se refería a que se iban a encontrar esta vez en la realidad? ¿Pero de ser así porque hacía como que no la reconocía?
Al fin reaccionó…
-Paula, mi nombre es Paula, contestó-.
-¿Paula?, Bonito nombre…

Vuelta a la rutina…

Cubrió con maquillaje cualquier atisbo de fragilidad en su rostro, nunca le había gustado dar pena, ni enseñar sus emociones a los demás, contados con los dedos de la mano eran los que la conocían tal como era, menos aun la habían visto llorar…
Preparada para salir de nuevo al mundo, algo más cansada y floja de lo normal pero bien de moral.
En la oficina un gran taco de folios impresos se amontonaba encima de su mesa. Resignada se puso a trabajar en ellos con el propósito de no dejar nada para mañana así, no dejaría trabajo atrasado y por fin se libraría de la montaña de hojas que le perseguía desde hace unos días.
No hizo ni descanso en el almuerzo y continuó cuando la oficina de noche se quedo desierta.
Inmersa entre los balances y cuentas que no cuadraban aunque fueran revisadas mil veces se hizo muy tarde. El mundo de las matemáticas le apasionaba desde bien pequeña, pero hoy no tenía la cabeza para números y por eso todo se le hacía más pesado.
Ya solo le quedaba imprimir lo realizado y por tanto se dirigió hacia la impresora de la primera planta ya que la suya no tenía la suficiente tinta negra.
Bajó hasta el primer piso y realizó las copias impresas y al girarse para volver hacia su despacho se chocó contra alguien que hizo que cayeran todos los folios que tenía entre las manos. Se asusto mucho realmente ya que no esperaba encontrar a nadie allí y menos a esas horas.
Se apresuró a recoger los folios y lanzó una disculpa rápida al aire alegando que no esperaba encontrarse a nadie allí a esas horas.
Ese alguien se agachó para ayudarla y al coger una vez el mismo papel se encontraron por primera vez sus miradas.

Morfeo…

Estaba totalmente desencajada al no encontrarle en su lugar habitual, y si había desaparecido, y si ya no volvía a verle…
De repente notó de espaldas como alguien le golpeaba suavemente en el hombro para llamar su atención.
Se volvió y le encontró, tan perfecto e imperturbable como siempre, luciendo una enorme sonrisa que campaba a sus anchas por la parte inferior de su cara.
Te he echado de menos… escuchó. Tardo varios minutos en reaccionar y en comprender que la voz procedía de él… Una voz grave pero deliciosamente dulce, la voz que tanto tiempo llegaba esperando oír, sin embargo estaba sorprendida porque no le había quitado la mirada de la cara y no le había visto mover un solo musculo de la cara o abrir la boca… por lo cual no entendía como lo había hecho. Pero de nuevo volvió a interrumpir sus pensamientos esa misteriosa voz…
Me encantaría saber tu nombre…
Finalmente estaba loca, su cabeza estaba inventando la voz ya que él no le dirigía la palabra, sí debía de ser eso, pero ¿Y si podía comunicarse con la mirada? ¿Y si no les hacía falta hablar para entenderse? Y de ser así… ¿Como le respondía? Locura, era todo una locura, locura era él, loca estaba ella, ¿Qué más da continuar la locura? Si esa locura le hacía feliz.
Pensó la respuesta a su petición y deseó con todas sus fuerzas que le escuchara.
¿Paula?... Bonito nombre, acorde contigo, pequeña de apariencia pero fuerte y grande realmente. El mío es Morfeo, según los griegos el dios del sueño, y sí, algo de soñador sí que tengo…
Era el dios de sus sueños eso sin ninguna duda asique ella sí que encontraba acorde su nombre, su voz resultaba música para sus oídos. Mientras se seguían mirando fijamente recorriendo sendas caras con meticuloso detenimiento.
Quería decirte que queda poco para que nos volvamos a ver, para que por fin nos encontremos…
Aún no había terminado la frase cuando notó como se distorsionaba poco a poco hasta que una vez más, le perdió y volvió a la realidad.
¿Qué habría querido decir con eso de que quedaba poco tiempo para que se encontrasen? Esa frase retumbaba en su cabeza una y otra vez…
Aunque bueno… no tenía sentido pero tampoco tenía por qué tenerlo ¡Era un sueño!
Se lo repitió a sí misma varias veces para ver si le entraba de una vez por todas en esa cabezota tan fantasiosa que tenía…
La fiebre empezó a menguar y el malestar fue cediendo parecía que lo malo de la enfermedad ya había pasado.

Delirios…

La mañana fue aburrida… no sabía muy bien el tiempo que había estado dormida y el que no, pero se le hizo eterna. Solo se incorporó para beber, ir al servicio o comer. La zona lumbar de la espalda le dolía horrores debido a la cantidad de tiempo que estuvo acostada y la fiebre no hubo momento en el que dejara de estar presente.
Tenía ratos en los que se encontraba en una especie de trance, en los que no estaba ni despierta ni dormida, y delirios, muchos delirios a causa del cansancio y del agotamiento provocado por la calentura.
Esos delirios le hicieron regresar a su infancia.
De repente se sitúo en la gran casa cálida y soleada de sus padres, y suya durante aquellos maravillosos 20 años, recorría cada rincón viendo que todo a su paso estaba tal y como ella lo dejo, tal y como ella lo recordaba. Respiró aquel aroma tan característico y que tanto añoraba, un olor fresco y puro que le hacía recordar tantos momentos, como cuando su madre tendía la ropa en el patio y ella jugaba entre las sábanas, y no sabía ni cómo ni porqué pero siempre terminaba ensuciándolas y su madre acababa regañándola.
Cuando jugaba a la guerra de cosquillas con su padre y acababan los dos tirados en el suelo sin poder parar de reír. O cuando se metía en la cama de sus padres y comenzaban a hacer sombras chinescas y a ver quien las averiguaba primero, recordó que nunca consiguió hacer el conejo y que en cambió el perro siempre era el que mejor le salía.
Todo se emborronó y de nuevo volvió a la calle tan transitada por ella últimamente en sueños, se giró rápidamente hacia el lugar donde él se situaba siempre… pero allí no había nadie.

Malestar…

Tiritones y más tiritones… el malestar y el dolor se habían acomodado en su pecho, y los delirios eran constantes, se sentía floja, débil y sola. Necesitaba que la cuidasen, porque no decirlo, necesitaba mimos, muchos mimos, necesitaba una buena sopa de caldo de pollo como solo su madre sabía hacerla. Ya podía cogerse el catarro que se cogiera que desde bien pequeña esa había sido su cura para todos sus males. Su medicina particular, ya que nunca le habían gustado ni los jarabes ni las pastillas, parecido al líquido que contenía la marmita de Obelix capaz de duplicar su fuerza, algo mágico hecho con todo el cariño de su madre, en realidad no necesitaba tanto el caldo, la necesitaba a ella.
Una conversación telefónica al día no era suficiente, la echaba de menos. Añoraba su risa, su mirada siempre tan vital, sus advertencias, sus regaños, sus enfados, y ahora le hacía falta. Él también le hacía falta, el padre perfecto, alegre y encantador tal y como recordaba de niña que se fue haciendo mayor y, que con el tiempo se fue convirtiendo en alguien gruñón y cascarrabias con poca paciencia y fácil de sacar de quicio. Pero, ese alguien la conocía mejor que la palma de su mano, mejor incluso que su madre, ya que en el fondo eran iguales. Que siempre estuvo ahí en su sombra velando por que todo le fuese bien, vigilando y sosteniéndola para que no diese un paso en falso, pero pese a eso en todo momento respetó su libertad y autonomía para decidir, tampoco quería súper protegerla, quería que fuese fuerte, y así fue… pero hoy los necesitaba.
Desde que se había ido a esa ciudad a 400 kilómetros de la suya, ya nunca había sido lo mismo, sabía que ellos nunca estuvieron de acuerdo, pero aun así aceptaron su decisión también sabían que ella no iba a admitir un no por respuesta y así antepusieron su futuro ante todo.
Al principio ella estaba contenta por escapar de ellos, ahora nadie le diría lo que tuviese que hacer, además en esa nueva ciudad no la conocía nadie. Era como un empezar de 0, como una aventura, a ella siempre le habían gustado los retos pero este se fue volviendo monótono, quedo absorbida por el trabajo y sin vida social cada vez estaba más harta de todo eso. No había nada que le hiciera vibrar de emoción ni que se saliera de lo común, no siempre era igual de casa a la oficina y de la oficina a casa.
Sabía que solo tenía que descolgar el teléfono y en cuatro horas se plantarían allí, los conocía pero no quiso hacerlo, no quería ser tan egoísta, ella podía sola.
Llamo al trabajo para avisar de que no iba a ir por enfermedad, se tomo una pastilla y a la cama.
Se encontraba realmente mal, y decidió que no debía ir de momento al médico, si se encontraba peor por la noche iría a urgencias, pero ahora no se sentía con fuerzas para ir a ningún lado a demás a lo mejor era algo pasajero…

Pesadilla…

Corría y no sabía de qué o de quién, solo corría.
Sentía el miedo en su piel incluso debajo de ella, en sus entrañas. El corazón le latía tan fuerte, que notaba el pálpito clavado en su sien…tanto que le hacía daño.
Era presa del pánico… estaba como histérica no quería que la alcanzara…
Seguía corriendo, no podía ver lo que tenía delante, solo la oscuridad más profunda, pero de repente comenzó a notar como las ramas de los árboles chocaban contra su cara, sus manos, su cuerpo, por lo que intuía que se estaba adentrando en un bosque. Con tantos obstáculos, tuvo que disminuir la velocidad y el ritmo, a la par que su miedo aumentaba.
Miró a el cielo buscando la luna, buscando algo de luz entre tanta oscuridad, pero no la encontró, esa noche no tenía luna.
Empezó a sentir frío y comenzó a tiritar, no sabía muy bien si era por el frío o por el propio miedo, pero los dientes cada vez le castañeaban más y más fuertes, hasta que hubo un momento que ya no podía ni caminar debido a los temblores que tenía por todo el cuerpo.
Cada vez notaba el peligro más cercano, pero su cuerpo ya no le reaccionaba, quería seguir andando pero sus piernas no le obedecían, cayó al suelo y en él, intentó arrastrarse con sus manos, pero estaban petrificadas, era como si se hubiera convertido en una estatua.
Cogió aire y con él, se hinchó los pulmones para gritar, pero no pudo…
Por más que movía y movía la boca, intentando gritar o hablar apenas le salía voz como para hacer un susurro, la desesperación fue tal, que tirada en mitad de un bosque, se echó a llorar sin emitir sonido alguno, se le inundaron los ojos de lágrimas que le comenzaron a caer por las mejillas.
El silencio era tal, que le taladraba los oídos, creía que se iba a volver loca, y en ese momento un sentimiento de resignación la envolvió. Le daba ya igual todo, sabía que la alcanzaría, se lo había puesto demasiado fácil, así nunca podría escapar.
Pero de repente algo cambió, el frío fue desapareciendo poca a poco de su cuerpo y con él los tiritones. Y comenzó a sentir calor, notaba como lentamente sus articulaciones le iban respondiendo, como fluía de nuevo la sangre por sus venas, la misma que antes se agolpaba en su cabeza. Se levantó a tientas y de nuevo reanudó su marcha.
Sentía su presencia más y más cerca y a sabiendas de que iba a cometer un gran error, se giró para mirar hacia atrás.
En la oscuridad se empezaron a dibujar corpóreas sombras, una especie de negras masas deformes en incesante y amenazador movimiento, que lentamente iban cobrando vida. Unos ojos que se abrieron repentinamente en ellas fijaron en Paula su mirada cruel y malévola. El terror campaba a sus anchas por cada milímetro de su cuerpo y en su cerebro se clavó una risa sarcástica, hiriente, vomitada por los finos labios que apuñalan esos rostros cambiantes.
Sus silenciosos gritos la rasgaron por dentro, hiriéndola sin ni siquiera tocarla.
Pero intentó no parar y seguir corriendo.
El calor había pasado a un ardor que la asfixiaba, sentía fuego en su interior.
Y de repente cayó, pero en esa caída no parecía alcanzar el suelo. Era como si hubiera caído desde un precipicio, donde se perdería en la inmensidad de la nada. Arriba del mismo veía aquello de lo que tanto había huido. Caía y seguía cayendo…
Sobresaltada dio un respingo en su cama, se levantó bañada en sudor, un sudor frío que hacía contraste con su cuerpo que estaba ardiendo en fiebre.
Las décimas a las que antes no había dado importancia, creyendo que eran causa del cansancio, resultaron ser más que eso…