Delirios…

La mañana fue aburrida… no sabía muy bien el tiempo que había estado dormida y el que no, pero se le hizo eterna. Solo se incorporó para beber, ir al servicio o comer. La zona lumbar de la espalda le dolía horrores debido a la cantidad de tiempo que estuvo acostada y la fiebre no hubo momento en el que dejara de estar presente.
Tenía ratos en los que se encontraba en una especie de trance, en los que no estaba ni despierta ni dormida, y delirios, muchos delirios a causa del cansancio y del agotamiento provocado por la calentura.
Esos delirios le hicieron regresar a su infancia.
De repente se sitúo en la gran casa cálida y soleada de sus padres, y suya durante aquellos maravillosos 20 años, recorría cada rincón viendo que todo a su paso estaba tal y como ella lo dejo, tal y como ella lo recordaba. Respiró aquel aroma tan característico y que tanto añoraba, un olor fresco y puro que le hacía recordar tantos momentos, como cuando su madre tendía la ropa en el patio y ella jugaba entre las sábanas, y no sabía ni cómo ni porqué pero siempre terminaba ensuciándolas y su madre acababa regañándola.
Cuando jugaba a la guerra de cosquillas con su padre y acababan los dos tirados en el suelo sin poder parar de reír. O cuando se metía en la cama de sus padres y comenzaban a hacer sombras chinescas y a ver quien las averiguaba primero, recordó que nunca consiguió hacer el conejo y que en cambió el perro siempre era el que mejor le salía.
Todo se emborronó y de nuevo volvió a la calle tan transitada por ella últimamente en sueños, se giró rápidamente hacia el lugar donde él se situaba siempre… pero allí no había nadie.

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