Malestar…

Tiritones y más tiritones… el malestar y el dolor se habían acomodado en su pecho, y los delirios eran constantes, se sentía floja, débil y sola. Necesitaba que la cuidasen, porque no decirlo, necesitaba mimos, muchos mimos, necesitaba una buena sopa de caldo de pollo como solo su madre sabía hacerla. Ya podía cogerse el catarro que se cogiera que desde bien pequeña esa había sido su cura para todos sus males. Su medicina particular, ya que nunca le habían gustado ni los jarabes ni las pastillas, parecido al líquido que contenía la marmita de Obelix capaz de duplicar su fuerza, algo mágico hecho con todo el cariño de su madre, en realidad no necesitaba tanto el caldo, la necesitaba a ella.
Una conversación telefónica al día no era suficiente, la echaba de menos. Añoraba su risa, su mirada siempre tan vital, sus advertencias, sus regaños, sus enfados, y ahora le hacía falta. Él también le hacía falta, el padre perfecto, alegre y encantador tal y como recordaba de niña que se fue haciendo mayor y, que con el tiempo se fue convirtiendo en alguien gruñón y cascarrabias con poca paciencia y fácil de sacar de quicio. Pero, ese alguien la conocía mejor que la palma de su mano, mejor incluso que su madre, ya que en el fondo eran iguales. Que siempre estuvo ahí en su sombra velando por que todo le fuese bien, vigilando y sosteniéndola para que no diese un paso en falso, pero pese a eso en todo momento respetó su libertad y autonomía para decidir, tampoco quería súper protegerla, quería que fuese fuerte, y así fue… pero hoy los necesitaba.
Desde que se había ido a esa ciudad a 400 kilómetros de la suya, ya nunca había sido lo mismo, sabía que ellos nunca estuvieron de acuerdo, pero aun así aceptaron su decisión también sabían que ella no iba a admitir un no por respuesta y así antepusieron su futuro ante todo.
Al principio ella estaba contenta por escapar de ellos, ahora nadie le diría lo que tuviese que hacer, además en esa nueva ciudad no la conocía nadie. Era como un empezar de 0, como una aventura, a ella siempre le habían gustado los retos pero este se fue volviendo monótono, quedo absorbida por el trabajo y sin vida social cada vez estaba más harta de todo eso. No había nada que le hiciera vibrar de emoción ni que se saliera de lo común, no siempre era igual de casa a la oficina y de la oficina a casa.
Sabía que solo tenía que descolgar el teléfono y en cuatro horas se plantarían allí, los conocía pero no quiso hacerlo, no quería ser tan egoísta, ella podía sola.
Llamo al trabajo para avisar de que no iba a ir por enfermedad, se tomo una pastilla y a la cama.
Se encontraba realmente mal, y decidió que no debía ir de momento al médico, si se encontraba peor por la noche iría a urgencias, pero ahora no se sentía con fuerzas para ir a ningún lado a demás a lo mejor era algo pasajero…

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