Al abrir los ojos…

Finalmente Paula despertó, se dio cuenta que en la vida no se puede ir persiguiendo un sueño, sino que hay que vivir el presente y disfrutar de las cosas que este te da.
Nadie se puede enamorar de un ser que no es real. Al fin y al cabo los sueños, sueños son. No es bueno obsesionarse con las cosas ya que si han de llegar, llegaran solas.
Sin embargo, su sueño se hizo realidad…
Pablo, al igual que Paula son nombres propios que vienen del latín y que ambos significan lo mismo pequeño, humilde. Juntos se hacían fuertes, más fuertes y grandes aún.
Paula se libró de la monotonía y de tantas cosas que había llegado a arrepentirse, como el hecho de haberse mudado de ciudad, le enorgullecieron, sino no le hubiera encontrado, no se hubieran encontrado…
Pablo andaba perdido, sin rumbo fijo. En cuanto la vio por primera vez hubo algo que le llamo la atención de ella, supo que eras especial y meses más tarde comprendió porqué lo era. La conoció y se enamoro perdidamente de ella, de su risa, de sus ojos, de sus labios, de su boca…
Eran almas gemelas, de esas parejas que nacen para estar juntas, de esas que solo hay una entre un millón. De esas que se quieren tanto que si uno está mal, el otro también.
Colorearon sus vidas con colores chillones y alegres y quitaron los colores grises y pasteles que antes predominaban en ellas.
Aprendieron a hablarse con la mirada, no les hacía falta palabras sabía exactamente lo que pasaba por la cabeza del otro. No se podían engañar, tampoco querían hacerlo.
Paula nunca más tubo prisa por soñar, sino todo lo contrario.

Comprendió que abrir los ojos es mucho mejor que cerrarlos.

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